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12 DE DICIEMBRE: 490 años han pasado.

Escrito por:

Diana Duque

Al escuchar la frase “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”, como católicos, retumba en nuestro corazón fuertemente, porque nos recuerda que Jesús nos permitió llamar “mamá” a su propia madre, aquella que cuido de él de pequeño, protegió y acompaño en su momento de dolor.

Sin embargo esta frase recobra más sentido cada 12 de diciembre, al recordar que México, fue el lugar preferido de la Virgen, para construir su templo y quedarse.

La historia cuenta que un nueve de diciembre de 1531,  María, en su advocación de la Virgen de Guadalupe, se le apareció al ya muy conocido Juan Diego, un indio humilde y de corazón limpio, el cual se convertiría en el mensajero de una gran noticia, que hasta nuestro presente toma gran relevancia. La Virgen estaba decidida de quedarse entre nosotros, en aquel cerro de Tepeyac. Entre cantos de los pajarillos, Juan Diego, escucha a una doncella, repetir su nombre para llamar su atención, él inmediatamente,  dirigiéndose a ella como “Mi Señora, Reina, Muchachita mía”, reconoce que ella era la “Perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive”. Ella le solicita algo especial, ir con el Obispo de México y por medio de Juan Diego externarle  su deseo de que ahí, en el cerro se construyera su templo,  y para que le creyere, debía contarle todo lo que ha visto y admirado.

Con aparente perfil bajo, Juan Diego obedece, lleva el mensaje, pero el Obispo dudoso de su relato, poca importancia le toma. Juan Diego, al regreso con la Virgen, le pide que envié mejor como mensajero a un noble, respetado, honrado y reconocido, para que el Obispo creyera que aquel deseo ciertamente provenía de la Madre  de Dios. La virgen no escogió a Juan Diego por casualidad o porque era el único al pasar por aquel lugar tan de madrugada, él fue elegido por su humildad, por su corazón limpio y por su fe. Mucha de esta historia nos recuerda justamente lo que caracterizaba a María, al momento de decirle ¡SI! Al Señor.

La Virgen nuevamente le solicita que al siguiente día vuelva nuevamente con el obispo a llevarle su voluntad.

Fue un 12 de diciembre, muy de madrugada, cuando Juan Diego, decide cambiar su camino, ya que tío estaba a punto de morir. Con su corazón afligido, decide ir en busca de un sacerdote, sin embargo no pudo evitar encontrarse con la Virgen, ella ya sabía lo que pasaba y no demoro en atender su preocupación, su tío por medio de la intercesión de la Virgen, fue sanado. Esto le permitió a Juan Diego, concluir con su misión y por medio de una tilma y unas rosas de castillas cortadas de la cumbre de aquel cerro, pudo llevar tan adorable mensaje.

Todos sabemos cómo concluye esta historia, Monseñor Zumárraga , fue el primero en ver tan celestial princesa plasmada en aquella tilma.

Han pasado 490 años desde aquella aparición y esa imagen. Miles y miles de fieles a lo largo del año, pero sobre todo cada 12 de diciembre, visitan con gran fervor aquel acto de amor plasmado, y aunque mucho misterio y estudio ha habido detrás de ella, no podemos dudar que, seguirá siendo para nosotros recordatorio de aquellas palabras que la misma virgen daría como forma de promesa “mostraré mi clemencia amorosa y la compasión que tengo de los naturales y de aquellos que me aman y procuran; oiré sus ruegos y súplicas, para darles consuelo y alivio”.

Su consuelo y alivio, sin duda viene de mamá, de esos brazos amorosos que momento de aflicción  o de peligro, protegen, de esa postura reconocible que nos permite ver que sus ojos se dirigen hacia nosotros y nos dicen ¡todo estará bien!

Me despido con esta pequeña oración escrita por nuestro querido Papa Francisco, esperando que nuestro corazón al repetirla se vuelva cada día más humilde, limpio y dispuesto a lo que Señor desee de nosotros:

Bendito eres, Señor,

Dios del cielo y de la tierra, que con tu misericordia y justicia dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes; de este admirable designio de tu providencia nos has dejado un ejemplo sublime en el Verbo encarnado y en su Virgen Madre: tu Hijo, que voluntariamente se rebajó hasta la muerte de cruz, resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha,  como Rey de reyes y Señor de señores; y la Virgen que quiso llamarse tu esclava,   fue elegida Madre del Redentor y verdadera Madre de los que viven, y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles, reina gloriosamente con su Hijo, intercediendo por todos los hombres como abogada de la gracia y reina de misericordia.

Mira, Señor, benignamente a estos tus siervos que, al ceñir con una corona visible la imagen de la Madre de tu Hijo, reconocen en tu Hijo al Rey del universo e invocan como Reina a la Virgen.

Haz que, siguiendo su ejemplo, te consagren su vida y, cumpliendo la ley del amor, se sirvan mutuamente con diligencia; que se nieguen a sí mismos y con entrega generosa ganen para ti a sus hermanos; que, buscando la humildad en la tierra, sean un día elevados a las alturas del cielo, donde tú mismo pones sobre la cabeza de tus fieles la corona de la vida.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

 Amén.