La Última Cena Profanada: Un Ultraje a la Fe en la Inauguración Olímpica
Por: Mario Pérez En el día de hoy, la tan esperada ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos se vio empañada por una controvertida y
Mario Pérez
Cada año, exactamente el 25 de marzo, la iglesia celebra la Solemnidad de la Anunciación del Señor. Es decir, recordamos como aquel Día el Angel San Gabriel anuncio a María de Nazareth que iba a ser madre de Dios.
Hoy recordamos que el SÍ de María cambio la humanidad y la historia; en el momento en que una humilde niña de Nazaret, María, dio un “Sí” valiente a Dios, que la invitaba a cooperar en su plan de salvación. Por su ‘sí’ María concibe a Jesús y se convierte en madre del mismo Dios, en protectora del Aquel que nacería y moriría para redención del género humano.
El Evangelio de hoy (Lc. 1, 26-38) recuerda el diálogo del mensajero de Dios con la Virgen. No hubo imposición, hubo libertad. Fue una propuesta que María pudo haber rechazado -la salvación del mundo dependía de ella- pero la “bendita entre las mujeres” aceptó, produciéndose el más grande de todos los milagros, la Encarnación del Hijo de Dios. Dios eterno hecho hombre, el Amor infinito ingresando a la historia, haciendo que todo quede elevado.
Una Solemnidad en tiempo de cuaresma.
El día de hoy, Solemnidad de la Anunciación del Señor, pese a ser viernes de Cuaresma, está permitido comer carne, según el Canon 1251 del Código de Derecho Canónico:
“Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miercoles de Ceniza y el Viernes Santo”.
Solemnidad todo el día.
La Solemnidad de la Anunciación se celebra y recuerda cada nueve meses antes de la Navidad (25 de diciembre). Si se considera con detenimiento el pasaje bíblico correspondiente (la narración del encuentro de la Virgen con el ángel), es claro que el camino que se abría para la Madre de Dios no sería fácil. En ese momento, María estaba comprometida con José y ya había un “plan trazado” para ella y su futuro esposo. No resulta difícil calcular, en consecuencia, que ese plan sería dejado de lado e iban a aparecer dificultades e incertidumbres.
José, sorprendido por lo que María le contaba, decidió repudiarla en secreto, intentando, en la medida de lo posible, no avergonzarla frente a todos. María, por su parte, tendría a su Hijo y confiaría en la Providencia de Dios aunque todo se pusiese en contra.
Pero como Dios no abandona a los suyos, envía un ángel que le habla a José en sueños. Dios esperaba muchísimo de él. Quería que su Hijo estuviera bajo el cuidado paternal del santo varón. José, de esta manera, recibiría el privilegio incomparable de ser el padre de Jesús en la tierra y de formar con María un hogar santo, lleno del amor divino: la Sagrada Familia de Nazaret.
María llevo en su vientre al Rey.
Nueve meses de espera, albergando a la fuente de la vida dentro de sí. Nueve meses en los que cada instante era una confirmación de Dios de que la naturaleza humana posee una grandeza y dignidad incalculables. Dios abrazó nuestra naturaleza, quiso pasar por cada etapa de nuestra vida, desde la concepción hasta la muerte.
No se encarnó a los tres meses, ni a los seis, la Encarnación se produjo en el instante de la concepción. He aquí una razón más por la que la Iglesia defiende a cada ser humano desde el primer instante de su vida, y por qué en muchas partes del mundo, hoy se celebra “el día del niño por nacer” (25 de marzo).
¡Feliz día de la Anunciación!
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Al Inicio de todo, cuando Dios creó los cielos y la tierra, estableció un patrón divino de creatividad que se extiende hasta nosotros hoy.
¡Qué regalo es este!”, nuncio apostólico Christophe Pierre Durante 5 días, del 17 al 21 de julio se llevó a cabo el National Eucharistic Revival (Congreso Eucarístico