Este domingo de Ramos, miles de fieles alrededor del mundo salieron a las calles con palmas en mano, recordando la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Fue un momento cargado de fe, emoción y esperanza, donde los cantos de “Hosanna” no solo resonaron en templos y parroquias, sino también en los corazones de quienes aún creen en un amor que transforma.
Más allá del ritual, esta celebración nos lanza una pregunta incómoda pero necesaria: ¿sigo gritando Hosanna con mi vida? Es decir, ¿mi manera de vivir refleja esa alegría y entrega con la que recibieron a Jesús? ¿O me he acostumbrado a ser un espectador más, agitando ramas sin compromiso real?
El Domingo de Ramos es el punto de partida hacia la Semana Santa. No se trata solo de revivir una historia antigua, sino de dejar que esa historia me atraviese y me cuestione. Jesús fue aclamado con entusiasmo, pero días después fue abandonado. ¿Dónde me encuentro yo en esa narrativa?
En la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco también nos invitó a mirar el corazón de esta celebración. Con palabras sencillas y profundas, animó a los jóvenes, familias y creyentes de todo el mundo a no tener miedo de vivir una fe coherente y auténtica. A no quedarse en la superficie, sino a dejarse tocar por el amor que no se rinde, incluso en la cruz.
Porque gritar Hosanna no es cosa de un día. Es una forma de vivir.
Al final de la misa del Domingo de Ramos, el Papa Francisco apareció en la Plaza de San Pedro y saludó a los fieles con un mensaje sencillo pero significativo: “¡Feliz Domingo de Ramos y feliz Semana Santa!” .