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Sor Geneviève: la amiga del Papa que llegó a la Basílica de San Pedro con mochila y fe

En un rincón discreto de la imponente basílica de San Pedro, entre cardenales, obispos y autoridades eclesiásticas, una figura menuda, de paso tranquilo y mochila al hombro, se abrió paso este miércoles con el corazón encogido y los ojos húmedos. Era Sor Geneviève Jeanningros, de 81 años, una religiosa poco convencional que ha vivido los últimos años no en un convento ni en una residencia, sino en una caravana, dentro de un circo en las afueras de Roma.

No era una desconocida para el Papa Francisco. Durante años, cada miércoles, Sor Geneviève recorría la ciudad para asistir a las audiencias generales del Pontífice. Pero no como una simple espectadora: su presencia era una cita personal, una manifestación viva de una amistad sencilla, profunda y genuina. En más de una ocasión, fue el propio Papa quien la visitó a ella, en su hogar rodante, llevando su cercanía y ternura más allá de los muros vaticanos.

Esta vez, su presencia no estaba prevista en el protocolo. La despedida estaba reservada a las altas jerarquías de la Iglesia. Pero la Guardia Suiza, fiel también al corazón del Papa, no dudó. Sabían que Francisco habría querido verla ahí, entre los suyos, entre los que lo amaron sin títulos ni honores, con la humildad del Evangelio vivido.

Entre lágrimas silenciosas y una presencia que no buscó cámaras ni protagonismos, Sor Geneviève le dijo adiós. Fue un gesto breve, pero lleno de eternidad. Se despidió no solo del líder de la Iglesia, sino de un amigo, un hermano en la fe, un compañero en el camino de los que optan por los márgenes, por los olvidados, por los últimos.

El gesto de esta religiosa recuerda el espíritu mismo de Francisco: una Iglesia que sale, que abraza, que reconoce en lo pequeño la grandeza del Reino. En la caravana de Sor Geneviève cabía el Evangelio. En su amistad con el Papa, cabía el mundo.

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